La cultura del vino es un pilar fundamental de las tradiciones mediterráneas, donde la elaboración del vino a través de la fermentación del jugo de uva es una práctica ancestral. Desde la era paleolítica, esta bebida ha sido acompañante de rituales y celebraciones, convirtiéndose en un símbolo de sociabilidad y deleite. La producción de vino se basa en compuestos químicos que varían en proporción, otorgando sabores y aromas únicos a cada cosecha. A lo largo de la historia, nuestros ancestros descubrieron las diversas cualidades de las uvas silvestres, que eran una fuente vital de energía. El proceso por el cual se llegó al vino que disfrutamos hoy es un recorrido fascinante que abarca los accidentes fortuitos de la fermentación natural y las cuidadosas técnicas de cultivo desarrolladas con el tiempo.
Buena parte del sabor característico de una copa de Cabernet Sauvignon proviene de su genética. Inicialmente, se podría pensar que todas las vides que producen esta uva son clones de una sola especie. Sin embargo, la realidad es más compleja. A través de clonalidad, las vides se reproducen asexualmente, dando lugar a una variedad de clones que se asemejan a su ancestro original. Este proceso ha permitido que el Cabernet Sauvignon se convierta en uno de los varietales más cultivados en el mundo, pero la búsqueda de su linaje real nos lleva a las investigaciones de Carole P. Meredith, quien en los años 90 utilizó técnicas de genética forense para identificar sus dos progenitores: Cabernet Franc y Sauvignon Blanc, confirmando así su ascendencia en la región de Burdeos.
El Chardonnay, otro gigante en el mundo vitivinícola, también ha revelado sus secretos genéticos gracias al trabajo de Meredith y sus colegas. Esta variedad se origina de un cruce entre la uva roja Pinot Noir y la menos valorada Gouais Blanc. A pesar de sus orígenes humildes, el Chardonnay ha logrado hacerse un nombre en la viticultura global, cultivándose extensivamente en Francia desde la Edad Media. Este hallazgo destaca cómo la hibridación natural ha sido un motor clave en la evolución de las vides, creando variedades de gran prestigio que han marcado el panorama vinícola actual.
Las investigaciones genéticas no se limitan solo a las uvas más conocidas como el Cabernet Sauvignon y el Chardonnay. Estudios recientes han permitido a investigadores españoles rastrear los orígenes de otras variedades, como el Tempranillo, que resulta de la fusión de dos variedades históricas españolas. La ciencia detrás de estos estudios no solo nos ayuda a entender mejor las cepas existentes, sino que también se utiliza para identificar otros cultivos antiguos y silvestres que son vitales para la biodiversidad vitícola. Esta investigación es crucial para el desarrollo de nuevas estrategias de cultivo en tiempos de cambio climático, donde la resistencia y adaptabilidad de las vides se tornan esenciales para la producción sostenible de vino.
La llegada de la biotecnología al mundo de la viticultura ha abierto un nuevo horizonte en la producción de vino. Con el genoma de la vid completamente secuenciado, se abre la posibilidad de editoriales genéticas que pueden introducir características deseables en las vides, sin la necesidad de cruzamientos. Esto plantea la pregunta sobre la futura diversidad de variedades de vino que podrían surgir a través de ingeniería genética. Con pioneros como Carole P. Meredith dando sus primeros pasos en la producción de vino tras sus revelaciones genéticas, podemos anticipar un futuro enológico que combine tradición con innovación biotecnológica, prometiendo vinos de atributos adaptativos y sensoriales que marcarán la próxima revolución en la historia del vino.










