Jane Goodall: legado en etología y conservación global

En el Parque Nacional de Gombe Stream, Tanzania, a finales de noviembre de 1960, la joven Jane Goodall, una londinense de 26 años, continúa aislada en ...
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En el Parque Nacional de Gombe Stream, Tanzania, a finales de noviembre de 1960, la joven Jane Goodall, una londinense de 26 años, continúa aislada en una choza rodeada por la densa selva. Desde julio ha observado con paciencia a los chimpancés de la orilla del lago, documentando sus desplazamientos, lo que comen y cómo construyen los nidos de hojarasca para pasar la noche. Sin embargo, los simios siguen siendo sombras esquivas que evitan el contacto directo, y la financiación para su proyecto se agota, dejándola temerosa de defraudar a Louis S.B. Leakey, el conservador paleoantropólogo que la apoyó para emprender este trabajo pionero sin la formación académica tradicional.

Lejos de cejar ante las dificultades, Goodall ha adoptado una metodología que rompía con la norma de su tiempo: no numeraba a los chimpancés, sino que les dio nombres y se dejó guiar por lo que estos individuos podían revelar sobre su comportamiento. Gracias a su cercanía emocional y a una paciencia inquebrantable, ha documentado que cada individuo posee una personalidad única, demuestra capacidades racionales, emociones y alianzas cambiantes dentro del grupo, hallazgos que desafiaban la visión de los chimpancés como simples criaturas preprogramadas.

En una tarde que cambiaría el curso de la primatología, un chimpancé macho al que Goodall bautizaría como David Greybeard se acercó sin mostrar agresión y se sentó junto a un montículo que alojaba un nido de termitas. Tomó una ramita, la manipuló y la rompió para crear una herramienta, luego la introdujo repetidamente en el nido para extraer las termitas, que devoró con notable deleite. Este comportamiento, observado en pleno entorno natural, marcó un hito: los chimpancés eran capaces de fabricar y usar herramientas para obtener alimento, un rasgo que hasta entonces se atribuía exclusivamente a los humanos.

La noticia de este hallazgo fue recibida con una respuesta contundente de Leakey. A través de un telegrama que ha pasado a la historia de la evolución humana, aceptado como una llamada a replantear las ideas vigentes, Leakey afirmó que había que redefinir el concepto de herramienta, redefinir el concepto de humano o aceptar también a los chimpancés como seres humanos. El mensaje, transmitido desde África oriental, dio inicio a un debate que transformaría la etología y la primatología y colocó a Goodall en el centro de una revolución científica que cuestionaba la línea entre humano y animal.

A partir de ese momento, el legado de Goodall se sostenía no solo en los datos de campo, sino en una nueva forma de mirar a los primates: con reconocimiento de su complejidad social y cultural, y con la conciencia de la importancia de conservar sus hábitats. Lo ocurrido en Gombe abrió puertas a un vasto cuerpo de investigación que, en las décadas siguientes, profundizó en la conducta, las alianzas, la caza ocasional y, sobre todo, la idea de que la cultura puede transmitirse entre chimpancés. En estos años iniciales, uno de los mayores logros fue evidenciar que la observación científica puede avanzar cuando el investigador se aproxima a sus sujetos con respeto y curiosidad, sentando las bases de un cambio de paradigma que aún resuena en la ciencia moderna.

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