El bacalao es un ingrediente fundamental en la gastronomía española, protagonista de una gran variedad de platos típicos como el bacalao a la tranca, a la vizcaína, en potaje o en brandada. Este delicioso pescado no solo es un símbolo culinario, sino que también conecta a España con el Polo Norte, ya que gran parte del bacalao que se consume en el país proviene de las frías aguas del océano Ártico. Este humilde detalle resalta cómo, pese a la distancia, España está íntimamente relacionada con regiones lejanas, lo que subraya la influencia de los polos en la historia y cultura española.
La historia de la relación de España con el Ártico se remonta al siglo XVI, cuando los pescadores y balleneros del norte del país se aventuraron hacia los mares de Terranova y Labrador, en la actual Canadá. Durante estas excursiones, no solo cazaban ballenas, sino que también pescaban bacalao, un recurso altamente valorado en ese tiempo. Estos viajes son considerados los primeros contactos entre España y el Ártico, y marcaron el inicio de una relación comercial que perduraría a lo largo de los siglos, otorgando un importante papel a la pesca en la economía española.
Las expediciones españolas no se limitaron al comercio; también fueron un hito en el ámbito de la exploración científica. En 1603, el navegante Gabriel de Castilla documentó lo que se considera la primera observación europea de tierras antárticas durante su travesía por Tierra del Fuego. Estas exploraciones abrieron la puerta no solo al conocimiento geográfico sino también a un entendimiento más profundo de los ecosistemas polares, que hoy se perfilan como laboratorios naturales esenciales para el estudio del cambio climático y otros fenómenos globales.
A pesar de no contar con territorio polar, España ha jugado un papel relevante en la investigación en la Antártida mediante la organización de campañas científicas anuales desde 1987. Las bases Juan Carlos I y Gabriel de Castilla, ubicadas en las islas Shetland del Sur, se han convertido en puntos clave para el estudio del hielo y el clima. Sin embargo, la actividad española en el Ártico ha sido más limitada, careciendo de bases propias y dependiendo de la colaboración con otros países para realizar investigaciones.
A raíz de la publicación en 2016 de las Directrices para una Estrategia Polar Española, se esperaba que el país fomentara su presencia en los polos mediante un plan integral que priorizara la investigación científica y la cooperación internacional. No obstante, a casi una década desde su promulgación, España aún no ha implementado una estrategia concreta, lo que la sitúa en desventaja frente a naciones como Francia, Alemania y Reino Unido que ya cuentan con políticas consolidadas. Actualizar la política polar no es solo una oportunidad para avanzar en ciencia, sino una responsabilidad global ante la crisis climática actual, resaltando la importancia de la acción coordinada y sostenible en los entornos polares.










