Cerebro Reptiliano: Desmitificando el Neuromito

En un reciente artículo publicado en la Universidad de Málaga, el neurocientífico Jorge Romero-Castillo expone la problemática del concepto erróneo ...
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En un reciente artículo publicado en la Universidad de Málaga, el neurocientífico Jorge Romero-Castillo expone la problemática del concepto erróneo del “cerebro triuno”, que todavía persiste en el ámbito educativo y en estrategias comercializadas como el neuromarketing. Este neuromito, que descompone el cerebro humano en tres partes distintas: el cerebro reptiliano, el sistema límbico y la neocorteza, ha sido ampliamente desacreditado por la comunidad científica, pero curiosamente sigue siendo defendido por un número significativo de educadores. El autor destaca la necesidad de desmitificar este concepto para avanzar en el conocimiento científico y basado en evidencias.

La raíz del mito del cerebro triuno se encuentra en la obra del neurocientífico Paul D. MacLean, quien en la década de 1940 proponía que la estructura cerebral del ser humano era un reflejo de una jerarquía evolutiva donde las partes más antiguas, como el cerebro reptiliano, estaban subordinadas a las estructuras más modernas, como la neocorteza. Sin embargo, este enfoque ha sido desafiado por estudios recientes que demuestran que todas las estructuras cerebrales han coexistido desde los inicios de la evolución vertebrada, y que no existe un simple sistema jerárquico en el funcionamiento del cerebro.

La evidencia actual sugiere que el cerebro humano no opera de acuerdo con la desfasada idea de que está compuesto por capas evolutivas superpuestas. Investigaciones científicas han demostrado que las estructuras cerebrales presentes en mamíferos también tienen sus homólogos en reptiles, lo que subraya que la evolución cerebral no se ha asistido por un proceso lineal, sino que se caracteriza por una compleja red de interrelaciones. Además, se han identificado comportamientos complejos en reptiles que antes eran considerados atributos exclusivos de los mamíferos, lo que debilita aún más la teoría del cerebro triuno.

Asimismo, estudios sobre invertebrados, como los pulpos, brindan un impacto contundente a la crítica del cerebro triuno al evidenciar capacidades cognitivas avanzadas que incluyen el uso de herramientas y el aprendizaje social, sin contar con una neocorteza. Esta capacidad desafía la noción de que los comportamientos complejos son exclusivos de los mamíferos supremamente evolucionados, sugiriendo que estos pueden surgir de formas distintas a lo largo de la evolución. De igual manera, insectos como las abejas han mostrado habilidades sorprendentes, lo que refuerza el argumento de que la complejidad del comportamiento va más allá de la jerarquía cerebral evolutiva.

Finalmente, la idea de que el cerebro es un campo de batalla entre la razón y la emoción ha sido cuestionada. A partir de investigaciones recientes, se ha demostrado que las respuestas emocionales involucran no solo el sistema límbico, sino también diversas áreas corticales, lo que revela un cerebro interconectado y funcionalmente complejo. Así, Jorge Romero-Castillo enfatiza que la visión de MacLean, aunque fue valiosa en su contexto histórico, debe ser revisada y replanteada a la luz de nuevos descubrimientos científicos que favorecen un entendimiento más integrado y menos simplificado del cerebro humano.

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