La imagen del alienígena clásico, con mandíbulas retráctiles, ha sido un ícono en la cultura popular, pero hay un giro interesante en varias películas contemporáneas: la verdadera amenaza no proviene de criaturas extraterrestres, sino de organismos híbridos, como hongos parásitos y redes biológicas. En «Alien: Covenant» (2017), los neomorfos, descendientes de las criaturas de «Alien: El octavo pasajero» (1979), emergen de esporas mutadas. Este cambio de enfoque representa una fascinante evolución en la narrativa de ciencia ficción, donde los hongos, a menudo considerados inofensivos, se convierten en el centro de una catástrofe biológica. Películas y series recientes están comenzando a explorar estas posibilidades, reflejando una comprensión más profunda de la biología de los hongos y su impactante capacidad para sobrevivir y adaptarse.
En «Alien: Covenant», los aterrorizados tripulantes de la nave Covenant descubren un planeta que, aparentemente hospitalario, esconde un ecosistema mutado que ha dado vida a un nuevo tipo de terror. Un hongo del género Lycoperdon, que libera esporas letales desencadenadas por un fluido negro, actúa como el catalizador de una serie de eventos trágicos y mortales. La idea de un hongo que puede provocar una transformación tan radical en los seres humanos, llevándolos a convertirse en neomorfos, resuena inquietantemente en la actualidad, reflejando temores más amplios sobre enfermedades y contagios. Aunque la descripción del hongo perturbador no es acertada ya que se confunde con la bacteria Clostridium tetani, deja entrever los poderosos peligros que los hongos pueden representar en nuestro mundo.
Por otro lado, la serie «Star Trek: Discovery» (2017) introduce un concepto innovador a través del motor de esporas, un sistema que permite viajes instantáneos gracias a una red micelial intergaláctica. Este enfoque, basado en la obra del micólogo Paul Stamets, muestra cómo los filamentos de los hongos pueden actuar como estructuras de comunicación sofisticadas a través de vastas distancias espaciales. La serie logra una profunda conexión entre la biología real de los hongos y el viaje interestelar, fomentando un diálogo entre lo científico y lo fantástico. La figura de Stamets no solo es homenajeada al nombrar al personaje del astromicólogo, sino que también resalta la importancia de los hongos como modelos de red que funcionan en el tejido de la vida.
Incluso en producciones como «Super Mario Bros.» (1993), que ha sido considerada como un fracaso, los hongos ocupan un papel significativo, representando una especie de hongo inteligente que ha dominado un mundo distópico. En este caso, el control simbiótico del hongo sobre Dinohattan pone de relieve la capacidad de los hongos para formar relaciones beneficias, similar a micorrizas y líquenes en la naturaleza. Aunque la película no caló en su momento, el concepto de los hongos interactuando con la ciudad y sus personajes principales nos presenta una perspectiva única y a menudo inquietante sobre cómo la biología puede influir en la narrativa ficticia, sugiriendo complementos insólitos entre el reino fúngico y la civilización.
Estas representaciones de hongos como fuerzas alienígenas y organizadas nos llevan a reflexionar sobre nuestra realidad. Los hongos, ya sean ficticios o reales, nos muestran su potencial para parasitar, interconectar ecosistemas y adaptarse a entornos hostiles. Mediante la ficción, estas características biológicas adquieren una dimensión más intensa y evocadora, convirtiéndose en figuras que desafían nuestra percepción del familiar mundo natural. Las historias contemporáneas no solo ofrecen entretenimiento, sino que también nos invitan a reexaminar nuestra relación con lo no humano, resaltando lo místico y asombroso que puede encontrarse en la micología. Desde las esporas hasta las extensas redes miceliares, estas narrativas nos permiten entender un mundo donde los límites de la ciencia y la imaginación se entrelazan de manera intrigante.










